Mis genes no son más que un mecano, trozos de materia cósmica que formaban una arquitectura reusada por otros seres. Átomos que ya formaron parte de otros hombres, de otras mujeres, de otros muertos. Un producto reciclado con una conciencia reciclada a base de mezclar otras conciencias que ya existieron. Un frankentein creado por algún ser extraviado.
No somos más que retales de memoria de un dios dormido que intenta recordar, como nosotros, el porqué de su existencia. La vida no es más que la sucesión de imágenes troceadas y pegadas por ese mismo dios desconcertado. Un puzzle con una imagen indefinible que nos une a todos en la misma historia. Compartimos infancias, amores, ideas originales que no son tales, experiencias, vicios y talentos, vivencias, emociones, miedos y victorias. Imágenes al fin y al cabo ordenadas según el criterio desesperado de este dios que quiere buscar el sentido de su propia vida, experimentando con mezclas genéticas e intentando reconocerse en alguna de sus creaciones. El demiurgo caótico que en su desesperación busca una verdad en la que poder agarrarse.
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