Monday, January 17, 2011

La estructura del instante.

Vivía un momento Bukowski: el alma por los suelos intentando anestesiarme de mi mismo.

No sé como llegue a ese estado. Comencé con un Chardonnay percibiendo sus aromas frescos y primaverales, disfrutando de mis sentidos y experimentando los diferentes deleites que me iban surgiendo a cada sorbo. Cambié de tercio para pasar a un tinto con toques a frutas del bosque, alegre, vivo, que de alguna forma te florecía en la boca. Pero al final, el alcohol es ese elemento fantasma que se filtra por lugares de tu interior que desconoces y que te revela más allá de tu conciencia estados de ánimo olvidados.

El sentimiento tenía sabores antiguos, como un clásico reserva riojano con sabor a madera de roble americano y un tanto a frutas maduras, vivencia de lo antiguo, sabor del pasado, de un lugar que ya hace tiempo que no recorres. Si que es cierto, que no era de esos pasados con olor a naftalina mezclada con la putrefacción del momento, recuerdos que se adhieren a tu memoria con una fuerza que no entiendes porque más bien te gustaría olvidar.

Simplemente disfrutaba del pasado no añorado, de recuerdos que dibujaban momentos discretos, en la oscuridad de la noche, sólo iluminado con una tenue luz. Sí, en mi anterior vida, vivía algunos momentos siglo XIX: rodeado de velas, desnudo, con libros espaciados por el suelo con las voces de Alexandre, Santa Teresa, en algún momento San Juan de la Cruz, en otros Whitman y siempre, siempre Pessoa. Yo me situaba en el centro y una botella de vino poco a poco se iba vaciando gracias a una copa que usaba para la ocasión. Era un ritual que poco a poco me introducía en un estado de no-conciencia o de olvido de mi situación humana para que adviniera otra forma de vivencia.

Y con esta ceremonia, imaginándome en un templo circular, me introducía en una especie de caverna donde habitaban sombras de un ser indefinido. Observaba, con cierta curiosidad,  imágenes oníricas que dibujaban escenas de una vida aún por vivir, de momentos futuros escritos con mis sensaciones y deseos presentes, extrapolados a un instante de tiempo. Escribía mis primeras líneas y nacía en cierta manera otro ser. 

Sin embargo, hoy todo lo vivía de otra forma: como una viejo relato que ves en tu biblioteca y que ojeas de forma furtiva reviviendo emociones.

Poco a poco el pasado fue entrelazándose con el presente, originando un instante distinto. La línea del tiempo deformó su rectitud para convertirse en un círculo constante, en una especie de bucle infinito. De pronto, entendí el Aleph de Borges. No porque lo razonase, sino porque allí estaba, delante de mi embriaguez. Toda creación surgiendo en el mismo instante, toda historia condensada en un sola partícula de no-tiempo, toda emoción implosionada en un sólo verso. Y como un alquimista embriagado pude ver la estructura del instante, el objetivo último de esa inmortalidad que avanza inexorablemente por el tiempo hasta el fin de nuestros días.

Todo duró un periodo no definido, ni siquiera sé si sucedió. Lo único que puedo decir es que de vez en cuando regurgita en mi memoria un recuerdo que se asemeja a algo parecido a una experiencia que va más allá de mi comprensión. Como mi vida.