Thursday, June 30, 2011

Sueño literario

A Tuti.

Formaba parte del ritual: las mañanas del domingo me sentaba delante del ventanal y derrochando tiempo disfrutaba del plácido mediterráneo.

Estaba desparramado en un viejo sillón de mimbre, recién levantado, medio desnudo, con las telarañas del último sueño en la cara y los pies, apoyados en la repisa del bajo ventanal, sobresalían del apartamento acariciados por una suave brisa. Podía oler el salitre del mar y al fondo, ese azul mágico, salpicado por el blanco de algunas velas.

Me dejaba sentir y observaba los pensamientos que desde la profundidad de mi interior se manifestaban como pompas de jabón, todas de diferentes tamaños, con diferentes temas, diferentes sensaciones que a su vez alimentaban otros pensamientos.

Así recordé el último párrafo que leí en la noche como una vaga idea, comenzando ese baile de pensamientos que a veces conecta con el lugar de donde emana los recuerdos literarios. Era un trozo de un poema de Alexandre, “Asciendo levemente desde el fondo de mi reposo”, y era como me sentía en ese momento ascendiendo desde un lugar profundo, abstracto y sin conexión alguna con la realidad, creación autónoma de un universo donde me siento humano. Pronto me desplace al beso entre Horacio y la Maga en Rayuela, estructura literaria de Cortázar, con esa estética peculiar de Julio y convirtiendo un acto sencillo y humano en un ritual místico. Y siempre conecta, es decir místico y Borges reclama su lugar en mi pensamiento con su templo circular, su biblioteca de babel, su universo plagado de singularidades geométricas, imprecisas, sólo definidas por fórmulas que ni el mismo Gauss podría soñar.

Viene un parón, siempre sucede algo así. Tras una oleada hay una pausa para cambiar de tercio. Esta vez retrocedí tanto que me encontré con los místicos, San Juan y Santa Teresa, recordándome que lo espiritual es ese lugar donde podemos acercarnos a nuestros propios arcanos y a nuestro misterio humano que siempre intentan conectarse con un algo superior, construyéndolo sobre una voluntad divina con minúsculas que se acerca más a la locura. Y el Quijote me asiste para definir esa locura lúcida, donde las nuevas verdades están en un límite vanguardista, ajena a la razón cotidiana, sometida a la actualidad, y que será comprendida por otra razón futura.

Y al final, tras el viaje siempre llego al mismo sitio, a ese lugar donde me siento protegido, con lo abstracto, lo místico, la estructura estética, la locura lúcida y la divina humanidad: La selva Pessoa.

Tuesday, April 26, 2011

Suite nº1 de Bach

Prefacio

Me deberán perdonar los entusiastas de Cortázar, en los que me incluyo. Intentaré ser un mediocre aprendiz de sus maestrías a la hora de describir aquello tan indescriptible e intangible como es la música. Experimentaré con las palabras para que describan los paisajes interiores que descubro gracias a esa grandeza creada con simetrías, ritmos y estructuras más allá de la conciencia cotidiana.

Preludio

Toda vida consta de instantes sucesivos que describen un flujo desorientado, o con una orientación oculta a nuestros sentidos, que es otra forma de definir la desorientación. Todos ellos los podemos captar en un singular tapiz que con los años, los menos relevantes vamos obviándolos, confeccionan una especie de tejido que nos define como un paisaje indefinido en sus bordes y siempre cambiante. Sin embargo, de vez en cuando sucede algo que se graba en nuestra memoria como una singularidad concisa, como un parche que contrasta con el fondo cotidiano.

Vagabundeaba entre cuadros intentando percibir si podría descubrirme en alguna sensación que ocasionalmente y con toda intención, los pintores pretenden provocar con ese juego que denominan Arte. En esta ocasión era una colección de varios artistas que otro, un músico, había ido reuniendo con el único criterio de su satisfacción como contemplador. Sin embargo, la epifanía no surgió esta vez entre colores y formas. Las simetrías serían de otra índole.

Había una gran pantalla en el centro de la sala. Un violonchelista estaba preparado para ejecutar una pieza. Se hizo el peculiar silencio que precede a toda interpretación y el solista inspiró.

La emoción.

Sonaba como un río, como un manantial de gozo que se derramaba delante de mí como si surgiera de un arcano que por fin se nos manifiesta con todo su secreto en nuestro pensamiento. Exhibía sus perfectas simetrías que al juntarlas creaban nuevas regularidades de mayor complejidad, construyendo sucesivamente fractales recursivos que mostraban todo tipo de mágicos conjuros. Se podía escuchar cada nota independientemente y descubrir su propio protagonismo dentro de un conjunto sin romper la estructura coral. Una tensión equilibrada y creadora entre individuo y conjunto, definiendo en varios niveles todo tipo de complejidades abstractas. Y todo debatiéndose entre la creación y la muerte, entre revelarse o perecer, en una linea de tiempo que se curvaba ante tanta majestuosidad. Todo ello corriendo hacia una dirección precisa, un objetivo concreto sintiendo el tiempo en su torrente antiguo, fluyendo, fluyendo. Así, sentía como mis genes se incorporaban a ese torrente eterno que es la inmortalidad, sometiendo, por fin, al tiempo. Hasta que al final, en un éxtasis de sensualidades y nuevas verdades, entre lo sexual y lo divino, terminar en un estrepitoso silencio.

Final.

Quedé inmóvil, sin aliento, reteniendo la respiración que es como a veces puedo parar el tiempo, asirlo entre mis manos con fuerza, e intenté permanecer en ese instante eterno, único, saboreándolo, y que ya iba quedando en el pasado. Zurcí fuerte este momento como un parche que nunca olvidaría a ese tapiz que es mi vida, para contemplarlo cuando esté al borde de la tumba y recordar y decir: Sí, viví.

Monday, January 17, 2011

La estructura del instante.

Vivía un momento Bukowski: el alma por los suelos intentando anestesiarme de mi mismo.

No sé como llegue a ese estado. Comencé con un Chardonnay percibiendo sus aromas frescos y primaverales, disfrutando de mis sentidos y experimentando los diferentes deleites que me iban surgiendo a cada sorbo. Cambié de tercio para pasar a un tinto con toques a frutas del bosque, alegre, vivo, que de alguna forma te florecía en la boca. Pero al final, el alcohol es ese elemento fantasma que se filtra por lugares de tu interior que desconoces y que te revela más allá de tu conciencia estados de ánimo olvidados.

El sentimiento tenía sabores antiguos, como un clásico reserva riojano con sabor a madera de roble americano y un tanto a frutas maduras, vivencia de lo antiguo, sabor del pasado, de un lugar que ya hace tiempo que no recorres. Si que es cierto, que no era de esos pasados con olor a naftalina mezclada con la putrefacción del momento, recuerdos que se adhieren a tu memoria con una fuerza que no entiendes porque más bien te gustaría olvidar.

Simplemente disfrutaba del pasado no añorado, de recuerdos que dibujaban momentos discretos, en la oscuridad de la noche, sólo iluminado con una tenue luz. Sí, en mi anterior vida, vivía algunos momentos siglo XIX: rodeado de velas, desnudo, con libros espaciados por el suelo con las voces de Alexandre, Santa Teresa, en algún momento San Juan de la Cruz, en otros Whitman y siempre, siempre Pessoa. Yo me situaba en el centro y una botella de vino poco a poco se iba vaciando gracias a una copa que usaba para la ocasión. Era un ritual que poco a poco me introducía en un estado de no-conciencia o de olvido de mi situación humana para que adviniera otra forma de vivencia.

Y con esta ceremonia, imaginándome en un templo circular, me introducía en una especie de caverna donde habitaban sombras de un ser indefinido. Observaba, con cierta curiosidad,  imágenes oníricas que dibujaban escenas de una vida aún por vivir, de momentos futuros escritos con mis sensaciones y deseos presentes, extrapolados a un instante de tiempo. Escribía mis primeras líneas y nacía en cierta manera otro ser. 

Sin embargo, hoy todo lo vivía de otra forma: como una viejo relato que ves en tu biblioteca y que ojeas de forma furtiva reviviendo emociones.

Poco a poco el pasado fue entrelazándose con el presente, originando un instante distinto. La línea del tiempo deformó su rectitud para convertirse en un círculo constante, en una especie de bucle infinito. De pronto, entendí el Aleph de Borges. No porque lo razonase, sino porque allí estaba, delante de mi embriaguez. Toda creación surgiendo en el mismo instante, toda historia condensada en un sola partícula de no-tiempo, toda emoción implosionada en un sólo verso. Y como un alquimista embriagado pude ver la estructura del instante, el objetivo último de esa inmortalidad que avanza inexorablemente por el tiempo hasta el fin de nuestros días.

Todo duró un periodo no definido, ni siquiera sé si sucedió. Lo único que puedo decir es que de vez en cuando regurgita en mi memoria un recuerdo que se asemeja a algo parecido a una experiencia que va más allá de mi comprensión. Como mi vida.